Nada Justifica Violencia hacia Mujeres y Niñas

La violencia hacia las mujeres y las niñas no es natural, se aprende. Por eso es posible trabajar por cambios que ayuden a prevenir, atender y eliminar ese problema de salud, social y de derechos humanos que ocurre dentro y fuera de casa y que provoca daños directos e indirectos a la vida de muchas, diariamente.
Pero desmontar mitos, falsas creencias y relaciones de poder ancestrales que sostienen el maltrato machista no es tarea sencilla.

“No se cambia en un día, pero cada día puede significar un paso de avance si se entiende la dimensión del ahora”, considera la psicóloga Mareelén Díaz Tenorio, subdirectora del Centro Oscar Arnulfo Romero, quien abunda en mitos, desafíos y salidas frente a la violencia machista.

¿Por qué se dice que la violencia hacia las mujeres y las niñas está naturalizada y se ve como algo normal?
Porque esa violencia está anclada, se sostiene y reproduce en construcciones culturales constituidas a lo largo de siglos. Se trata de la convivencia en sociedades que han fraguado sus relaciones humanas en asimetrías y jerarquías de poder impuestas y basadas en la primacía de lo masculino con características particulares. 
Las sociedades se organizan, estructuran y generan espacios de socialización y aprendizaje (familia, escuela, grupos de pares o coetáneos, organizaciones sociales y comunitarias, centros laborales, instituciones religiosas, medios de comunicación social, etc.) desde etapas tempranas de la vida, en los que se asigna un modo de ser hombre y mujer como los más “válidos”, condicionando desigualdades. Así, al hombre se le adjudica poder y capacidad para decidir sobre las más disímiles cuestiones de la vida de la mujer, su salud, su cuerpo, su tiempo, formación, recursos y sobre sus ingresos; la capacidad para descubrir y aventurarse; su trabajo es visible y genera remuneración económica; tienen la propiedad sobre los objetos y los recursos, deben tomar las decisiones.

Mientras, a la mujer se le adjudica subordinación, timidez y temor; incapacidad para enfrentar la vida; se duda de sus capacidades de abstracción, tecnológicas, de representación social y de mando. Todo lo anterior condiciona y lleva en sí formas de violencia que se perpetúan en hábitos, mitos, creencias y costumbres vistas como “legítimas” en la cotidianidad, donde se asumen y viven esas creencias y conductas de un modo que pareciera “natural”, porque ha existido durante mucho tiempo y se percibe erróneamente como lo normal y frecuente. En síntesis, se conforman patrones culturales en los que los imaginarios sociales se encargan de que se mire, acepte y construya la realidad de modo que mujeres y niñas están en desventaja.

¿Cuáles son los principales mitos que sostienen esa violencia?
En la Campaña por la no violencia hacia mujeres y niñas, ERES MÁS, trabajamos en desmontar o desmentir algunos de los mitos más frecuentes. Por ejemplo: “las mujeres que viven la violencia hacen algo para provocarla”. Este mito intenta culpar a las mujeres. El comportamiento de las personas puede provocar emociones como el enojo y la ira de otros/as, pero la conducta violenta es responsabilidad de quien la ejerce. Nada justifica el ejercicio de la violencia.

Otro asegura que “entre marido y mujer nadie se debe meter”. La sociedad, las instituciones sociales y el Estado son responsables de que no se violen los derechos de los seres humanos, y esa responsabilidad se extiende al interior de las familias. Los conflictos y desacuerdos forman parte de la intimidad de la pareja pero cuando estás contradicciones tienen repercusiones personales y sociales en la salud, integridad moral, la vida de relación, el bienestar y los derechos de las mujeres, lo privado se vuelve público. Considerarla un asunto privado contribuya al aislamiento de las mujeres.

También persiste la idea de que “los hombres son violentos por naturaleza, son así y no lo pueden controlar,”. La violencia no es hereditaria ni genética, sino aprendida. La violencia es aprendida como parte de los modelos de dominación, control y superioridad que se les impone a los varones en el ejercicio de su masculinidad. La violencia se elige, puede controlarse y desaprenderse.

Igualmente, se repite que “las mujeres deben acceder a los deseos sexuales de su pareja aunque no lo deseen”, cuando en verdad la mujer tiene derecho a decidir en qué momento y circunstancia desea acceder a un vínculo sexo erótico. Forzar una relación sexual indeseada es siempre un delito. La violación en la pareja es tan violenta como degradante y muchas veces más traumática que la violación por un extraño, la confianza y la intimidad son destruidas cuando quién debe ofrecer amor y cuidado comete un crimen tan brutal y violento.

Se dice, por ejemplo, que “las mujeres lesbianas bisexuales o transgénero no son femeninas”. Este mito conecta con una forma de discriminación muy injusta: la lesbofobia y transfobia. Aunque muchas mujeres no se sujeten a los modelos tradicionales y excluyentes de lo que la sociedad ha considerado que debe ser una mujer ,existen otras y diversas maneras de construir la feminidad que son igualmente válidas y merecen ser respetadas y consideradas.

¿Y en Cuba en particular?
En Cuba están presentes muchos de los mitos universales antes mencionados, pero creo personalmente que existen al menos tres muy extendidos:
“Se exagera cuando se habla de violencia contra las mujeres. En Cuba eso no es un problema grave”. Nos faltan registros, indicadores y datos estadísticos para realizar comparaciones internacionales y temporales que den cifras exactas. Pero eso no impide afirmar que en Cuba existe violencia contra las mujeres. La importancia y gravedad radica en que constituye una violación de los derechos. Incluso, aunque existiera un solo caso, merece atención. Silenciarla nos aleja más de las soluciones al problema.

“Los hombres que maltratan a las mujeres son alcohólicos o drogadictos”. El consumo de alcohol y drogas desinhibe y limita el autocontrol, por lo que es un factor de riesgo; pero no es causa de la violencia. La respuesta violenta está aprendida con anterioridad al consumo. Existen alcohólicos que no utilizan la violencia, y violentos que no son consumidores de alcohol. Algunos alcohólicos son violentos con las mujeres pero no lo son con otras personas.

“A las mujeres que son maltratadas les gusta, de lo contrario se marcharían”. Se piensa erróneamente que los logros alcanzados por la sociedad cubana en el tema de igualdad de género son suficientes para que las mujeres puedan salirse de una situación de violencia; sin embargo, muchas circunstancias atentan contra esa alternativa. Algunas de estas circunstancias son: no tener disponible otro lugar donde vivir y/o recursos financieros; miedo, muchas veces los peores episodios de violencia suceden cuando intentan abandonar a su pareja; sentir culpa y vergüenza por lo que ocurre, lo cual puede impedirle pedir ayuda; dependencia psicológica, ilusión sobre posibilidades de cambio en la pareja, sentirse enamorada, sensación de pérdida del sentido de la vida si se separan; aislamiento y falta de redes para solicitar ayuda.

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